martes, 29 de mayo de 2012

La autoridad de Sicilia y la autoridad de Obrador


En una entrevista realizada el 11 de agosto de 2011 por Carlos Loret de Mola a Javier Sicilia, éste “aclaró que no tiene poder, ‘tengo autoridad’ desde que surgió el movimiento social a raíz de la muerte de su hijo en Cuernavaca”[1].


A partir de la entrevista, Jesús Silva-Herzog Marquez escribe:
Cuando la autoridad habla, todos los demás debemos callar; cuando la autoridad ordena todos debemos suspender nuestro juicio para seguir su bienintencionada prescripción. La conversación democrática es aquella que renuncia a invocar la autoridad.[2]


Lo primero que pensé fue que este hombre no estaba entendiendo. Javier Sicilia surgió de la nada a encabezar un movimiento que se levantaba en contra de todo lo que ya nos venía causando estragos desde hace tiempo, pero que nadie había cuestionado tan directa, sensible, eficaz y apoyadamente. Sicilia tocó al pueblo y con ello pudo lograr lo que hasta ahora es Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Entiendo que las razones de Sicilia para lograr ser el líder o autoridad de este proyecto, no fueron fáciles, tales conmueven aún más y uno se vuelve empático con la que desde siempre fue justa causa. Todo lo que representó; la forma en que reaccionó, como se ha desarrollado y permanecido, lo ha convertido en una figura que podría ostentar de poder, por lo que pienso que la pregunta de Loret de Mola no fue vacua y la respuesta atinada.


Pienso que el análisis de JS-HM fue superficial porque todavía no entiende lo que Sicilia representa.


A propósito del artículo de JS-HM, Francisco Segovia le responde diciendo, entre otras cosas:
La frase Sicilia a Loret iba por ese lado. “La autoridad —dijo— es el poder de hacer crecer. El autor hace crecer algo”. Sicilia pone sobre la mesa el significado más estricto de la palabra: autoridad es lo propio del autor.
            …
Sicilia quiere mostrar que el poder lo incomoda. Varias veces ha dejado en claro que él no se ha puesto al frente de la multitud de víctimas y familiares de las víctimas, sino que son éstas las que lo han puesto a él al frente. Esa multitud, que no tenía voz, se reconoce en la voz del poeta, y el poeta le da voz a la multitud (literalmente: cede siempre el micrófono a las víctimas).[3]


JS-HM le responde a FS nombrándole momentos en los que Sicilia demostró caer en la primera concepción de “autoridad”, aunque no negara que también gozara de esa otra “autoridad”:
Mi incomodidad no es con su palabra sino con el sitio desde el cual se pronuncia y la respuesta que espera como debida. ¿Por qué el Congreso debe aceptar inmediatamente, sin discusión su palabra? ¿Por qué consideró que el debate de una propuesta era ya un acto de traición? Porque la autoridad no admite réplica. La autoridad es palabra envuelta en silencio.[4]
Un tipo de reproche que entiendo que Sicilia también le hizo a López Obrador, ahí cuando hablaba de su intolerancia, sordera, confrontación o fanatismo de algunos de sus seguidores[5].


En fin que ni JS-HM entiende el tipo de autoridad que tiene Sicilia así como creo que Sicilia no entiende el tipo de autoridad que tiene López Obrador[6]. Sicilia es por demás defendible; víctima, poeta y legítimo líder. López Obrador es un político de la política y no un político de lo político[7], por lo que más rápidamente cae de nuestra gracia con sus “buenas intenciones”.


El poder no se volvió a mencionar y sin embargo creo que es el meollo del asunto. El poder lo da el pueblo, y el pueblo sin voz que se reconoce en una persona, lo hace su líder: le brinda poder.


He presenciado las manifestaciones a favor de López Obrador y el discurso de muchos de sus seguidores, y lo encuentro legítimo líder que dejó de ser candidato de un partido para volverse, también, voz del pueblo.


Sicilia representa la esperanza de muchas personas, así como López Obrador, y los que estamos a su alrededor no podemos dejar de considerar todo aquello que dice el que encabeza la lucha a favor de la paz con justicia y dignidad. Si Sicilia dice que él va a anular su voto, cuando al mismo tiempo goza de ser quien da voz a la multitud, a quien la multitud nombró “representante legítimo de sus aspiraciones”[8], cómo no va a incidir en los otros si es que goza de esa autoridad, así como López Obrador tuvo la oportunidad de convocar a una revuelta que él mismo sofocó por no ser ese otro tipo de autoritario[9].


El voto a favor de AMLO nos adelanta los seis años que no sólo a George preocupan[10]. Nosotros ahora estamos interesados, ahora tenemos la “democrática” oportunidad y ahora lo podemos! Si no votamos nos va a costar más trabajo, por lo que es en este momento en el que el llamado al voto tiene que ser más estratégico que ideológico, ya luego, cuando existan las condiciones, nos clavamos. Puedes no creer en el sistema, en las instituciones, en las propuestas y formas en las que hasta ahora viene “funcionando” el gobierno que tenemos, pero si no es aligerándonos el paso con la apertura que sólo López Obrador ha demostrado que puede darnos, no veo que pueda ser de otra pacífica manera. Pienso que López Obrador no es el candidato “menos peor”, sé que es el mejor candidato que México puede tener en estos momentos[11].


Además opino que debemos de llevar una vida más austera, comer bien, hacer ejercicio y cantar. El que no comente es Peña.


[4]Ibíd.
[5]Del “fanatismo” luego les explico.
[6] Por algo Obrador empezó respondiendo  que “primero quiero hablar sobre lo que soy, porque creo que eso ha llevado a una confusión”, http://www.youtube.com/watch?v=Ufqy2JE7_j4.
[7] Según Segovia, el político de la política es Sicilia, y concuerdo.
[8]Segovia otra vez.
[9]Hablo de la revolución que ameritaba la imposición de hace seis años.
[10]Él dijo: “Lo que más me preocupa de la gente que como el admirable Javier Sicilia, proponen voto nulo es el "¿y luego qué?" Ok va el voto nulo... ¿y luego qué? ¿Esperamos otros seis años para volver a golpear al poder político con el super plan del Voto nulo? Pareciera que estos pensadores han concentrado todos sus dispositivos intelectuales en definir (auto-justificarse en) su Plan A, el cual ya quedó muy claro: Voto nulo. Pero al mismo tiempo se han olvidado de hacernos participes de la siguiente fase del plan. O si quiera de mencionar algún Plan B. Mientras se termina de definir el plan A, yo iré al cine...me sigue pareciendo más real que el voto nulo."
[11]También de esto podemos seguir hablando.




martes, 8 de mayo de 2012

"¿Cómo va la Antología?"

Carolina Espinosa

A estos artículos ya les estaba dando sus últimos toques cuando surgió todo lo que nos distrajo de ella. Ahora sólo les estoy dando una última leída, modificaciones y cambios en el formato (cosas que no tuve contempladas hasta que conocí los aspectos del proceso en el caso de El Retorno de los Comunes). Lo único que me acuerdo que hacía falta, era la información de las referencias bibliográficas de cada artículo (algunos no tenían, algunos las tenían incompletas) y decidir en qué formato van (ahora estoy precisamente volviéndome a fijar en todo esto). Esto es lo que hace falta.
            Le escribiría, pero creo que la verdadera pregunta es: “¿Por qué no te has comunicado con A.[1]?”.  Aunque parece que entre mi jefe y yo hablamos diferentes idiomas, creo poder diferenciar entre cuando explica y pregunta. No como quien no sabe cuando voy a entender o cuando ya entendí. No sé si con esto esté diciendo que conmigo se comunica como quien no entiende lo que el otro sí habla dos idiomas. O sea, no.
            Ahora está en las Europas. Probablemente bebiendo agua al lado de alguna bella fuente, mientras yo me emborracho con mi botella de vino en (casi) Iztacalco. Probablemente no esté haciendo eso, pero también probablemente no le interese tanto estar tan al tanto. Quizá en el fondo confía en mí. La verdad es que creo habérmelo ganado. Tuve mis grandes fallas, así como ahora tengo la gran oportunidad de ausentarme un rato[2]. Quizá eso lo haga dudar, mis primeras grandes fallas, que así como primeras, fueron contundentes y marcaron aquel apenas esbozado juicio que hasta el momento había formado. Con el tiempo se fue dando cuenta de que hago las cosas mejor que medianamente bien. O algo así.
En fin, el libro va bien. Efectivamente, ya lo había terminado de corregir. En aquél tiempo no había sido tan buena correctora (práctica, nunca teórica) como lo fui en El Retorno de los Comunes[3], pero ahora que ya tengo la experiencia, estoy dando los últimos toques. Digo, como para que alguien note algo.



[1] Co-editor (?).
[2] Permiso que me dio.
[3] C.L.B. (coord.), México, Fractal-CONACULTA, 2011.




Pd. Cuando una duerme sola en cama matrimonial, si duerme en medio, no tiene en dónde dejar la copa, salud.

lunes, 7 de mayo de 2012

Conceptos/nociones/categorías/voces

Sus discusiones me tienen ocupada la cabeza y ni siquiera ésa era su intención. Me imagino que lo que preocupa a los historiadores latinoamericanos es dar cuenta cabal de la historia hispanoamericana y que al hacerlo logren interesar a la gente con los resultados de sus estudios. Imagino que Annick Lempériѐre estará más preocupada por la historia política iberoamericana, Manuel Miño Grijalva intentará ampliar los conocimientos existentes sobre la historia económica y Ricardo Levene tratará de enunciar al respecto de la historia jurídica, mientras ninguno tendrá por qué distraerse más al andarse enredando en las discusiones que en este momento ocupan mi cabeza.
            Las problemáticas formales y metodológicas no dejarán de surgir, así como tampoco las nuevas revelaciones históricas, y cada una de ellas debiera aparecer no para ensombrecer las versiones anteriores, sino para entablar con ellas diálogos de los que surjan nuevas problemáticas y posibilidades para solventarlas. Es evidentemente importante que los historiadores se pregunten sobre las potencialidades de los conceptos que eligen y la forma en la que los articulan para poder enunciar exactamente aquel conocimiento que pretenden sea aprehendido por los demás. Hay que distraerse de las inquietudes personales para poder definir los conceptos, nociones, categorías o voces, que nos llevarán a articular discursos claros o precisos. La elección de cada autor responde a sus inquietudes, sus metodologías, sus perspectivas, sus conclusiones. La elección que en general se acuerde, responde a límites arbitrarios y artificiales que ayudarán a la consideración histórica, ¿pero también a su comprensión? Conviene acordar que América Latina se llamará América Latina a pesar de que a veces sea más considerada como “la mal llamada América Latina”. Al final, por América Latina todos entenderán a lo que se refiere. Si hubiere alguien a cuyo discurso conviniera más llamarla Hispanoamérica, tal elección tendría que verse aclarada y bien aprovechada. Cuando al lector se le exponen razonables argumentos, éste es capaz de entender y de entrar en el juego de conceptos, nociones, categorías o voces que el autor entreteje en función de los pretendidos fines.
            Tales elecciones son las que debieran ampliar nuestros parámetros en vez de arrinconarnos en incertidumbres, en infinitas discusiones que aspiran a totalizar formas y discursos.
Ricardo Levene     
Levene era el presidente de la Academia Nacional de la Historia Argentina cuando ésta publicó una declaración sobre la correcta denominación de colonial:
Como un homenaje a la verdad histórica, corresponde establecer el verdadero alcance de la calificación o denominación de “colonial”, a un periodo de nuestra Historia. Se llama comúnmente el periodo colonial de la Historia Argentina a la época de la dominación española (dominación que es señorío o imperio que tiene sobre un territorio el que ejerce la soberanía), aceptándose y transmitiéndose como hábito aquella calificación de colonial, forma de caracterizar una etapa de nuestra historia, durante la cual estos dominios no fueron colonias o factorías, propiamente dichas.[1]
            Levene reflexiona acerca de la manera en que se ha venido nombrando a la historia desde el siglo XVI y hasta las independencias. Reconoce que existe un término que logra referir a esa etapa en específico, y se preocupa de que tal concepto no merezca ser el que precisamente aluda a este periodo.
Pretender uniformar las concepciones sirve para eso, para aludir a cierto algo específico en el tiempo y espacio, si además tales conceptos pretenden dar concreta explicación de la diversidad de situaciones que al interior de estos límites se dieron, perderíamos de vista las múltiples posibilidades que alimenten una reflexión que podría extenderse hacia nuevos comunes acuerdos.
La preocupación de Ricardo Levene representa su punto de vista como historiador de lo jurídico. Levene se basó en la documentación que legalmente le atribuía a las posesiones españolas de ultramar el carácter de “Provincias, Reinos, Señoríos, Repúblicas o territorios de Islas y Tierra Firme incorporados a la Corona de Castilla y León”. Teóricamente había una igualdad legal entre Castilla y las Indias, “amplio concepto que abarca la jerarquía y dignidad de sus instituciones […,] como el reconocimiento de iguales derechos a sus naturales y la potestad legislativa de las autoridades de Indias”[2]. Jurídicamente es muy valioso considerar el dato sobre los conceptos que legalmente determinan, sin embargo, todo lo demás que pasa de facto, al seguir estrictamente lo que de jure “es”, se pierde y se corre el riesgo de que la comprensión histórica tome giros que no dan luz, sino que confunden.
Pareciera que Levene está consciente de esta problemática, entre lo que se nombra como tal pero de hecho no es, por lo que sólo se atreve a sugerir, “respetando la libertad de opinión y de ideas históricas”, que en lo sucesivo eviten llamar “colonial” a un periodo que mejor se expresa en la vaga noción de “periodo de la dominación y civilización española”[3].        
            De haber sido seriamente considerada su opinión, no estarían autores como Lempériѐre y Miño Grijalva (2004 y 2009, respectivamente) escribiendo sobre “el paradigma colonial”. Incluso, en su momento, a Levene llegaron críticas de historiadores que consideraban innecesario adoptar conceptos que específicamente sirvieran para hacer referencia a un periodo de tiempo en extremo variable. Que en vez de hablar de periodo de dominación española o colonias, hablaron de virreinatos. Que defendieron el “fuero mental de cada historiador [para] establecer la denominación o clasificación de cada periodo” según sus preferencias y pruebas documentales[4], y yo diría, a favor de cada discurso.
            Incluso en este momento se puede leer la misma preocupación por descifrar la correcta forma de nombrar la Historia en el título del séptimo capítulo de la Nueva Historia general de México[5]: “¿Reinos o colonias? Nueva España, 1750-1804”[6].
            Si en su momento se le hubiera concedido a Levene su deseo de uniformar la manera de expresarse sobre lo que en América sucedía con respecto a España desde el siglo XVI y hasta el XVIII, se hubieran callado las voces de quienes desde sus perspectivas alimentan el vocabulario histórico con sus inquietudes, descubrimientos y reflexiones. La importancia de la discusión entre “Reino o colonias” ubicada al final del periodo de la dominación española, sirve para justamente conceder la debida atención a las discusiones que en su momento detonaron la reflexión al respecto de la soberanía, la autonomía, la ciudadanía o patria a la que los americanos debían o no someterse. Es una de las causas que provocaron los cambios que después se dieron y no sólo una forma de llamar a un momento específico de la historia.
            Para eso deben servirnos los conceptos, nociones, categorías y voces, si bien deben ayudarnos a nombrar, no deben anularse entre sí, evitando nuevos planteamientos que no sólo sirven para describir momentos específicos, sino para entender lo complejo de las variables. Así como no hay una verdad exclusiva, tampoco se debe aspirar a encontrar conceptos que exclusivamente hablen sobre ciertos temas.
Manuel Miño Grijalva
Miño Grijalva parece entender mejor esto:
El problema […] resulta más anticuado de lo que pensamos, dada la preeminencia del dato jurídico e institucional –reivindicado como novedad- sobre lo que en la realidad los procesos económicos y políticos significaron en el contexto de la emergencia del absolutismo y la constitución del sistema económico mundial.[7]
            Desde la evidente perspectiva de la historia económica, Miño Grijalva responde a Lempériѐre acerca del paradigma colonial. Aunque considera que el concepto “Antiguo Régimen” es correcto en relación a lo político e institucional, “deja de lado buena parte de la realidad material y olvida el intenso proceso de formación de la economía colonial en un contexto de subordinación”[8].
            El texto de Lempériѐre es un llamado a la preocupación que los historiadores deben tener ante los conceptos, nociones, categorías o voces que eligen para exponer el resultado de sus estudios. Lempériѐre habla sobre el camino que históricamente ha recorrido el concepto de “colonia”/“colonial”, haciéndonos ver los probables errores de interpretación en los que se puede caer y por los que cada quien debiera detenerse a hacer una clara reflexión sobre el nombre que le va a dar a cada cosa y las razones para hacerlo. Al final elige, desde la perspectiva de la historia política, utilizar el término de “Antiguo Régimen”,  sin desechar las demás nociones.
            Da la sensación de que Miño Grijalva responde enojado al atrevimiento de no haber elegido llamar “colonia”/“colonial” a lo que él así prefiere nombrar, porque así conviene a la exposición de su historia económica. Ofrece cantidad de argumentos que respaldan su opinión, pero parece no darse cuenta de que esos argumentos sólo deben formularse para respaldar su punto de vista y no para enfrentarse a las nociones de otros historiadores. Lo que a Lempériѐre resulta útil para expresar las conclusiones de sus estudios no tiene nunca que ser lo mismo que le resulte útil a los demás historiadores. Hay mil maneras de exponer las cosas, asuntos en los cuales fijarse, conclusiones a las que llegar. La discusión debería estar centrada en las conclusiones a las que los historiadores llegan y no a la forma en que exponen su tema. Sólo así las diferentes nociones pueden entablar diálogos que den nuevas luces alrededor de los temas enmarcados en tiempos y espacios artificiales, pero nunca arbitrarios.
            Ante el establecimiento de un lenguaje determinado para la exposición de los eventos históricos, la posibilidad de reflexión se reduce a saberse de memoria el término que en total describe, en lugar de considerar el enramado de posibilidades que en común explican mejor lo que en “términos” se petrifica.   
Annick Lempériѐre
Mientras Ricardo Levene intenta argumentar a favor del correcto nombre que entre los historiadores deben adoptar para no referirse erróneamente a ninguna época y Manuel Miño Grijalva ofrece razonamientos que correctamente defienden la opción que a él mejor convienen, Annick Lempériѐre deja abierta la posibilidad de que se ocupe cualquier forma de nombrar, a cambio de que el historiador se tome la molestia de ser crítico al respecto:
Apartar cualquier sistema de valor de nuestra reflexión y cualquier valoración de nuestros objetos de estudio, en provecho de una actitud comprehensiva –lo cual no significa empática o simpatizante- frente al pasado.[9] 
Pareciera que Lempériѐre deja demasiado espacio a lo que sea y tal llega a ser motivo de discusión entre los necios historiadores. Sin embargo, no habrá conclusión razonable a la que se llegue porque quién se atrevería a definir exactamente cuál concepto, noción, categoría o voz se va a utilizar para, de ahora en adelante, todos hablar de lo mismo cuando se hable de “colonia”, “Antiguo Régimen” o “período de la dominación y civilización española”. O quién desearía colocar su perspectiva como la única válida u objetiva para nombrar lo que en realidad tiene que ser una discusión constante, y no por ello, una discusión agobiante que no nos dé para concluir satisfactoriamente. A esta discusión se abre Lempériѐre cuando escribe al respecto, por ello es que no concluye invitando a todo historiador u hombre informado a hablar de “Antiguo Régimen” cuando de ahora en adelante se quieran tratar temas que entren dentro del periodo comprendido entre los siglos XVI y XVIII de la historia hispanoamericana. No se puede llegar a concluir así, ser totalitario con las afirmaciones que se enuncian, pretendiendo callar a otras voces con las que resultaría más fructífero conversar que anular.
Levene y Miño Grijalva anulan esas otras voces. En el caso de Levene, comprendo que debe existir un término con el que en común acuerdo se nombre a lo comprendido entre el XVI y las independencias para que fácilmente, el hombre informado, pueda saber de qué se habla cuando se dice del “período de la dominación y civilización española”. Miño Grijalva está en todo su derecho de preferir seguir hablando de lo “colonial”, y en la reflexión de su discurso, cada uno de nosotros, historiadores o lectores, debemos sumar a nuestros conocimientos los conceptos que mejor nos expliquen aquello que jurídica, económica y políticamente comprende un largo periodo de tiempo en donde las perspectivas se multiplican gracias a los tantos puntos de vista que dialogan desde su lugar y momento histórico con los historiadores que en sus presentes utilizan conceptos, nociones, categorías y voces que pretenden explicar, mas no ser la voz de una verdad histórica inmutable.
¿Por qué tendría que haber problemas con el paradigma?
Los conceptos, nociones, categorías o voces son los que en conjunto deben lograr transmitir un discurso preciso. No son ellos los que deban de resultar claros, exactos o invariables para nombrar, sino los que en suma tendrán que formar un mensaje que, en su elaboración, logrará o no comunicar las conclusiones de los estudios de cada autor. Aquí es donde tenemos que ser críticos, con las conclusiones que se enuncian y las fuentes y reflexiones que acompañan a cada conclusión y no con la manera de enunciarlas. Las cosas se pueden decir de la manera que sea, siempre y cuando lo que se diga vaya acompañado de una investigación y reflexión que nos convenzan de certezas que nos ayuden a ampliar nuestros conocimientos históricos. Certezas y no verdades que nos limiten a sólo creer en lo que cierto razonamiento, corriente o concepto pueda encerrar. El diálogo entre los asuntos de lo histórico debe seguir dando al público posibilidades que inquieten y generen nuevos conocimientos.
            Si en 1973 nos hubiéramos conformado con lo dicho por el presidente de la Academia Nacional de la Historia Argentina, la discusión no hubiera nunca evolucionado a las consideraciones que en el 2010, en la Nueva Historia general de México, se hacen al respecto de lo que no es ni Reino ni Colonia, sino perspectivas que a los actores de la historia ayudan para provocar los complejos cambios históricos.   
                La Historia no dejará de ser por los nombres con los que nosotros osemos llamarla. El estatus jurídico de los Reinos no anulará las evidentes prácticas económicas que nos obligan a enunciar lo “colonial”, ni la continuación de una forma de organización política y social que hace referencia al “Antiguo Régimen”. El conocimiento de estas variables hace posible el surgimiento de la reflexión en la cabeza de todo interesado y razonable lector y amplia su comprensión sobre un periodo de tiempo y espacio que es variable, más no indescifrable.
            ¿Cuán cabal puede llegar a ser alguien que pretende encerrar en “términos” lo acontecido durante el transcurso de 300 años y en amplios territorios? Los conceptos deberían quedar abiertos, entender que no son en sí mismos explicación de nada, sino recursos para explicar un todo demasiado complejo. Lo único que logran al establecer palabras que pretenden referir lo histórico fácil y rápidamente, es que la comprensión se reduzca a meras palabras y entonces se hable de “arte colonial”, “herencia colonia” y “colonialismo” como si se hablara de lo mismo.     
            En esto radica la discusión que debe hacer cada historiador antes de elegir las formas en las que va a enunciar su mensaje. Siendo responsable de la forma en que está exponiendo los frutos de una investigación y reflexión igualmente responsables. No se podría objetar ante lo expuesto, sobre la forma de referirse a lo que se habla, si en su congruencia verdaderamente se expresan las nociones que desean expresarse. No son las palabras las que den veracidad al discurso, sino las preguntas que el historiador se haga, los métodos con los que cuestiona a las fuentes y la clara exposición de sus resultados lo que forma parte de su respetable labor.
            Opino que la Historia es para conocerse, que no saberse, reflexionarse, que no pretender entender, y darla a desear, que no definitivamente explicar. Lo que categóricamente se expresa, anula las demás posibilidades, no admite variables, pretende verdades y siempre se queda corto. Es aquí cuando los términos se cosifican y dejan de expresar para quedarse atrapados en los límites de sí mismos.
            Cuando Lempériѐre habla sobre apartarnos de cualquier sistema de valor en nuestra reflexión, se olvida de que las opciones elegidas para enunciar no son inocentes. No podemos despojarnos de nuestras perspectivas, hacer como que enunciamos desde y hacia lo neutral. En este caso, el que debe tener cuidado de no caer en enredos históricos es el lector, quien tiene la responsabilidad de considerar el lugar desde donde el autor escribe y calificar, en base a ello, las conclusiones a las que llega el historiador. Si a mí como historiadora me sirve más hablar de “virreinatos” en vez de “colonias” o “reinos”, también me sirve explicar el por qué de mi elección y, en el caso de no hacerlo, al lector le ayudará a entender mi punto al considerar que mi elección va en función de las conclusiones a las que pretendo llegar. Lempériѐre no puede lograr despojarnos de nuestras valoraciones, pero sí convencernos de la importancia de especificar las razones por las que consideramos mejor utilizar ciertos conceptos en lugar de otros.
            Nunca nada de lo enunciado en la historiografía ha resultado tan contundente o inapelable para lograr el silencio de las voces. Los tres autores aluden a la necesidad de la claridad en el discurso, pero a tal no se llega sólo con la uniformidad de los conceptos, al contrario, el enfrentamiento, contraposición, comparación, conjugación, relación, continuación y demás entramados logran ampliar panoramas en vez de arrinconarnos en incertidumbres. El mismo lector llega a enfrentarse a la historia con su propia dotación de significantes y significados y se dejará o no seducir por lo establecido por el historiador dependiendo de la astucia de éste y no de su necedad.  


[1] Las Indias no eran colonias, Madrid, Espasa-Calpe, 1973: 161.
[2] Ibíd.: 162.
[3] Ibíd.: 162-163.
[4] Ibíd.: 9, 163-164.
[5] Cuya primera reimpresión es del 2011, Erik Velásquez García [et al.,] México, El Colegio de México, 2010.
[6] De Dorothy Tanck de Estrada y Carlos Marichal, ibíd.: 307-353. Nótese que no abarca desde el siglo XVI y que engloba más las problemáticas vividas en la transición hacia la vida independiente, que la “dominación” española.
[7] “De colonia y Antiguo Régimen: Dos conceptos en cuestión”, en María Concepción Gavira (coord.),  América Latina: entre discursos y prácticas, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2009: 49-79: 49-50.
[8] Ibíd.: 53.
[9] “El paradigma colonial en la historiografía latinoamericanista”, en Istor, año V, no. 14, invierno, 2004: 107-128: 114.